Aquella mañana en la playa, fue lo que deseaba que fuera, fresca, soleada, con un horizonte resplandeciente de azul. Trotar en esa arena de Rosarito a finales de septiembre resultó una terapia totalmente relajante tanto para mi papá como para mí... descalzos, sintiendo como ligeramente se hundían los pies, alternando entre lo blando y lo duro del suelo arenoso, que masajeaba y entibiaba además las plantas, desde el talón hasta la punta de los dedos.
Entrenar en verano, o lo que quedaba de él, para correr un maratón en pleno frío de otoño en Nueva York, fue algo curioso, pues casi fue como tener calefacción en casa y salir a correr con un frío que acicalaba de blanco el césped, habiendo convertido el rocío en nieve, y con aquel aire tan seco como hélado.
Caminar en Central Park, mientras anhelas que el sol caliente y saque a relucir los mejores colores de todos esos árboles plantados desde el siglo XIX. Reconocer el camino que se desea interminable, de como pasamos un día antes, miles de corredores por ahí, buscando la meta del maratón, algunos velozmente, levantando la hojarasca al pasar, y otros ─como yo─ apenas haciéndolas crujir con pisadas lentas y cansadas mientras vamos con ojos llenos de lágrimas sin saber exactamente el por qué de esa confusa mezcla de sentimientos.
Un día después ahí, recorriendo a pie, reviviendo el reciente pero magnífico evento y ese extraordinario escenario, para atesorarlo en mente y alma para años venideros. Vimos como corredores iban y venían, de modo que con todo y el cansancio, el dolor muscular que aun cimbraban mis piernas, aun así anhelaba moverme como ellos; hacer lo que veía que tanto disfrutaban, pues era como tener hambre, ver comer y no poder hacerlo. Así era ver a esos trotamundos sacudiéndose la frialdad de noviembre con mucho más gusto que sacrificio ─de eso estoy convencido─ en el corazón de Manhattan.
Mi tío entendiendo que solo eran pocos días de vacacionar en su ciudad no desaprovechó la oportunidad de mostrarme que él también tiene el bendito hábito del trote, que aun gusta de proteger y preservar su salud a pesar del paso de los años... me mostró con entusiasmo su foto de cuando corrió un maratón, el de Big Sur en Monterey, cerca de su casa principal en Salinas, tratando persuadirme de que debía vivir la experiencia de esos 42.195 kilómetros. No tuvo que afanarse en ello.
Sobre Mariposa, ─área que forma parte del parque de los impresionantes árboles de sequoia y tierra de osos─, estando ahí, aquella temprana mañana mi tío se puso los tenis ─acto que me sorprendió─, me invitó a trotar junto a él, y yo ni tardo ni perezoso lo imité. Nos alejamos dejando el suelo terroso que rodea su casa, bajando por calles pavimentadas en cuyos costados solo se puede ver un espeso y fragante bosque de pinos... resultó de lo más relajante ese paseo, con ese verdor. Casi no había casas, solo se divisaba una a lo lejos, cada doscientos metros
Pude detectar que el aire anunciaba una próxima nevada, pero lo mejor, que éste era oxígeno puro, totalmente puro y no solo aromático. Avanzando en una ondulante calle, el panorama cambiaba con un lago abajo y sus respectivos patos disfrutando su hábitat, y yo deseando que el mío ─hábitat─ fuera ése, el que en ese momento recorría y que se me antojaba interminable.
Varias manadas de venados nos sorprendieron,─a mi sobre todo─ y ya no era un venado solitario por aquí o uno por allá, eran ya manadas enteras que de cruzaban de improviso delante de nosotros... algunos corrían en fila india y otros dejaban de comer las manzanas del amplio campo al vernos ─que tenían por patio los vecinos de mi tio─ para luego huir, al menos de la vista de los humanos.
Nosotros sin parar, sumando más de seis kilómetros. Yo, admirado con el entorno, lamentándome por dentro, por que solo sería ese día y debíamos volver a Salinas a la mañana siguiente... pero por el momento, intensamente absorbía esa vida fresca y novedosa para mi, sino es que ese bosque de coníferas era quien absorbía un poco de mi vida esa mañana de octubre.
En otoño, luchando contra gélidos vientos, contra polvorientas ventiscas santa-aneras, con lluvia que se torna fría y que te puede poner a temblar. Con madrugadas oscuras que enrojecen la nariz y entumecen las manos, con atardeceres que mueren con prontitud y nos dejan correr a la suerte de luces artificiales... ¿que nos detiene cuando ya se está acoplado con la naturaleza externa y a sus cambios?
Te das cuenta que no has parado y que adoras el dejarte conducir por el otoño, corriendo con escaso sudor... corriendo por decenas de minutos, quizás por horas, simplemente quieres más.
hay unos bosques en EE.UU. que nunca me ha tocado correr pero siempre por la sábana de hojas de otoño se me antojan mucho, lástima que no he regresado a esos lugares
ResponderEliminara mí lo que me sucede mucho es que en el carro en la carretera me imagino en las montañas senderos por los que podría pasar, me imagino corriéndolos, llegando a la cima
Sí Gabo? Que padre sería correr en esos bosques, su algún día se organizan en tu club para ir por algún lugar así espero tener el honor de que me inviten.
ResponderEliminarMe pasa como a ti, o parecido, si voy en carro o autobús, ir viendo los cerros, senderos que suben y bajan... que se ve que te llevan lejos, siempre se me antoja, y al menos me imagino corriendo en esos lugares con solo verlos al pasar. La imaginación vuela, y uno se da cuenta con que facilidad se activa ese sentido de la aventura que tenemos los corredores, no se si todos, pero estoy seguro que casi todos.
Gracias por comentar, cuidate amigo!
Ay amigo, lo leí el otro día, solo que no pude comentar! .... Wow, siempre es un gran gusto leerte, y saber que me transportaré en tus paisajes y ahora en el clima. Ashh el frío me encanta, pero soy muy friolenta Jejeje, aunque nos contaste sobre el otoño para mí sonaba a invierno.
ResponderEliminarRosarito, NY, y Mariposa, bellos lugares, que aunque no los conozco, solo Rosarito Jejeje , con leerte me transporto y hasta siento el clima!... Como te dije soy friolenta y yo entreno cuando ya calentó la mañana Jajaja, aunque solo unos minutos y después se me quita el frío!! Pero es bonito correr en cualquier clima.
Felicidades por describir tan hermosos lugares!! Mi admiración.
Silvia Alejo
Que hermoso es tu sentir al correr. Yo he experimentado ese sentir al respirar el aire congelado por las madrugadas a 4 grados c. y los dedos entumidos por el frío. Mi hora perfecta para correr 4:30 am... ahora ya lo disfruto en cualquier hora del día.
ResponderEliminarQue bonita experiencia la de Nueva York y también la de Mariposa. Gracias por compartir. Me visualizo en ese campo con el correr de la manada de venados, que bonito!
Sigamos disfrutando de lo maravilloso que es vivir ....gracias a la vida!!
Claudia Soto
Hola, estimado Héctor. Qué bonito paisaje nos describes, qué suerte de tener parientes por esos bosques extraordinarios, y mejor aun hacer lo que más te gusta dentro de ese escenario, correr. Gracias por compartir.
ResponderEliminarPor nada amigo Leopoldo! Sí la verdad que se antojaba quedarse un mes entero en aquella montaña en Mariposa, entrenar ahí y disfrutar a la vez de la naturaleza tan singular y espectacular de esa zona.
EliminarY la escribí pues solo Dios sabe si se repita o quede como experiencia única de vida.
Saludos!