Era una tarde como cualquier otra: Salí a trotar a la
playa, pues vivo en Rosarito, y me aprovecho de esta cercanía —a la playa— todos
los días; para ir a correr ligeramente un rato, ya sea en la mañana, o en la
tarde noche.
Lo que era fuera de lo común es verla a ella allí, sola,
sentada en una de las rocas adjunto a la playa, llorando. Traté de ignorarla, y
seguir mi trote; pero mi masculinidad me lo impidió y le fui a preguntar si le
ocurría algo.
—Estoy muy confundida. —Me contestó—. Pues estábamos
nadando muy a gusto, y mientras una ola me tumbó, al salir ya no había nadie, solo yo...
Estoy muy confundida.
—Te has de ver golpeado; a lo mejor tienes algún tipo de
amnesia. Venga, si gustas te acompaño al bulevar; para que tomes un taxi a tu
casa —Le dije—, mientras veía su preocupación en los ojos.
—No, mi familia debe estar por aquí, los esperaré hasta que
vengan.
—Muy bien, —le dije— voy a estar por aquí entrenando, en
otro momento me doy otra vuelta para ver si ya vinieron por ti; o por si
gustas, acompañarte a un taxi.
Pensativo, seguí trotando, sentido contrario de donde
estaba ella; pero recurrentemente volteaba hacia atrás, para ver su silueta
como iba quedando atrás. Eran como las 5 y fracción de la tarde —de un día de
Marzo— de estos para terminar el invierno.
El sol se empezaba a meter entre las nubes y el horizonte;
pensando que las cosas para ella se complicarían por la oscuridad; opté por
regresarme, a donde estaba ella.
Y mientras me dirigía a esas rocas, donde estaba sentada,
me preguntaba a mi mismo:
—¿Qué le habrá pasado en realidad a esa muchacha?
No andaba muy lejos de donde ella estaba, pero la marea
empezaba a subir, y ya veía golpear las olas, las rocas donde ella reposaba sentada. Mientras seguía en mi trote. a la distancia, veía que su cara daba la vista al mar, pero en repetidas ocasiones me percaté que me dio varios vistazos
Al llegar; noté que seguía extrañada, no era tan tarde, y
la penumbra apenas estaba por comenzar, y le pregunte:
—¿Estás segura que no quieres que te acompañe a tomar un
taxi?
—No. No quiero preocupar a mi familia, por aquí han de
estar y no han de tardar en venir por mi.
—Mira, ya esta oscureciendo, no hay gente y aquí no llegan
las luces, creo que es mejor que te lleve a un teléfono o a un taxi, a la
policía si gustas... Además la marea ya está subiendo.
Con los ojos llenos de gratitud y a la vez tristes, me tendió la
mano; y mientras la ayudaba a levantarse, una ola grande nos golpeó, y en un destello
de mar, ella se me desapareció. Mis manos se quedaron tan solo mojadas.
Parado ahora al lado de donde ella estaba, salté hacia el
mar, mar a dentro, pero no la encontré...
Ya estaba oscuro, cuando decidí volver a casa, y mientras
me retiraba volteaba hacia atrás; tan solo veía en la penumbra las olas golpear
aquellas rocas.
Quise platicar lo ocurrido a mis amigos, a mi familia;
nunca lo he hecho. Algo me dice que no lo haga; pues nunca jamás nadie me lo podrá
creer.
Narración de: Leopoldo Espinosa
Título original: La Muchacha en las Rocas
Cortesía de: Leyendas de Tijuana. http://leyendasdetijuana.blogspot.mx/
Quise platicar lo ocurrido a mis amigos, a mi familia; nunca lo he hecho. Algo me dice que no lo haga; pues nunca jamás nadie me lo podrá creer.
ResponderEliminarGracias anónimo por comentar, eso es lo que mas me gusta que haga la gente, aunque casi no lo hacen, gracias por tomarte unos minutos... saludos!
ResponderEliminarH. Buelna