Medio Maratón Tijuana 2015
El día previo del maratón estaba tan entusiasmado, como si
fuera a ir a una gran fiesta; traté de hacer las cosas que hago los sábados en mi
casa, pero el entusiasmo forzó que me enfocara para el maratón... ¿Maratón? Mi
papá se enojaba conmigo por que a los medio-maratones yo les decía maratones.
¡Son dos cosas muy diferentes "don Porfirio"! Así me llamaba la
atención y me apodaba mi papá.
Traté de dormirme temprano, eran las diez; y ya lo tenía
todo listo. Medité un poco después de decir Gracias, Gracias, Gracias. Seguía
meditando —tratando de no pensar en nada— no podía dormir, y todas mis técnicas
para dormir parecía que no me funcionaban... Entusiasmo que a veces se puede
convertir en enemigo... Pero dormí.
Sonó la alarma a las 4 de la mañana, quería estar temprano
bajo la estatua de Cuauhtémoc, ya nada más me faltaba tomarme mi vaso de suero,
y desayunar un
plátano. Todo lo había hecho y dejado listo un día y una noche antes, a
excepción de sacar el pedómetro del librero para tenerlo a la vista...
Llegó mi hermano Sergio diez minutos antes de lo previsto, y nos fuimos luego, luego, "¿Cuánto es el recorrido de un
maratón? —me preguntó mi hermano— "42 kilómetros y fracción", —le
contesté—. "Entonces ¿vas a correr 21 kilómetros y un cachito?"
"Claro, medio maratón" —Le dije.
Llegamos más o menos a las 6:20; de Alisitos al Cuauhtémoc
se hace una hora y veinte y cuatro minutos en transporte privado, al bajarme
del carro; una cuadra antes, decidí trotar ligeramente hasta donde se
encontraba la gente; los corredores como yo estaban haciendo cada quien y a su
modo sus ejercicios de calentamiento, yo opté por trotar ligeramente esa
manzana de la zona del río; no hallaba a mis amigos, pero fue entonces que vi a
un grupo de personas con un uniforme que distinguí al instante "Club
Berrendos", le dije a uno de ellos: "estoy buscando a una muchacha,
señora que se llama Ninfa" —ella era hasta ese entonces una amiga
cibernética— "Aquí estoy" (estaba entre ellos), nos dimos un abrazo, "Por ahí debe estar Héctor" me dijo, y ella siguió calentando; sí, éramos
hasta ese momento amigos virtuales, porque a partir de ahí ya era real; como
tan real ahora es mi amigo Gabo, que también saludé de abrazo.
Club Berrendos |
No podía creerlo, pensé que no le caí bien a ella, pero
luego pensé lo correcto, está calentando y si me dijo que debería de ir a
buscar a Héctor, —amigo en común— es porque a mucha gente no le gusta que la
vea mientras calienta.
El animador en el micrófono solicitó ─mientras buscaba a
Héctor y a los demás amigos─ que nos fuéramos reuniendo en el punto de
encuentro para la salida.
La gente estaba inquieta, no quería escuchar la voz del
representante de gobierno; no quería escuchar el himno, quería salir a
correr... Me parecía que en ese breve espacio estábamos los cinco mil
participantes. De repente entré en duda; ¿porqué el croquis que puso el
instituto decía que íbamos a travesar el centro por la calle Tercera, y
estábamos apuntando exactamente al sentido contrario?
Le pregunté a la gente inquieta cerquita de mi:
"¿Conocen la ruta?" Estaban igual que yo, o no vimos bien el croquis
o, el instituto cambió el recorrido a última hora.
Las 7:08 a.m. por fin, el tan esperado momento llegó, y
empezamos a movernos, unos trataban de trotar inmediatamente, otros, como yo,
tan solo dábamos unos pasos, es que estábamos muy apretados, después de unos
cuantos pasos ya empezamos a trotar... Y, el misterio se resolvió porque a poca
distancia nos dimos una vuelta en "u" para regresarnos hacia el
centro.
Al ir subiendo el trote —la velocidad— los y las participantes,
empezaron a correr, y yo también, parecía que habían pasado cien años de cuando
yo corría, es más ni en mi playa corro; no, yo troto; pero tan solo habían
pasado 30, y he me ahí; yo iba corriendo, ¡Dios mío! me empecé a bofear,
todavía no entrábamos a la calle Tercera y parecía que tenía que abandonar el
maratón. —Perdón, papá, el medio maratón.
Entramos a la calle Tercera, yo quisiera haber
comprado casa en vez de en "mi playa sola", cerquita de la Tercera o de la
Cuarta. Estaba alucinando; pero entré corriendo por esa calle... Después
escuché la voz de Héctor, mi entrenador y amigo: "Recuerde que tiene que
ir escuchando a su cuerpo mientras entrena o corre su medio maratón".
Sabía que el "peer pressure" (presión de un grupo de gente) es mi debilidad, y
para recuperar mi respiración y ritmo cardiaco, tenía que correr —trotar— a mi
paso con el cual me he entrenado desde diciembre; y no me quedó otra que
voltear abajo para ver mi sombra; pero para eso ya había avanzado 4
kilómetros. Descubrí que mi sombra es mi mejor porrista. Por que además del
"peer pressure", otra cosa que me tumba, es ver la distancia, quiero
llegar a la voz de ya a "x" punto. Y mi sombra me iba
recomfortando, me iba diciendo, "a tu paso, Polín, puedes darle la vuelta al
mundo".
Así que al recorrer la Revu, y al entrar al Boulevard,
ya había dejado la horrible sensación de correr bofeado, ya no me quería
arrancar la camiseta para tomar aire, y ahora iba con el ritmo correcto de
respiración.
Qué bonita es la gente de Tijuana! En cada esquina parecía
que veía a mi gente, mi familia y amigos animándome, como me iba animando mi
propia sombra —mi gran aliada—. Pero seguía alucinando, no solo vi a Susana
entre los corredores, ella corriendo con sus colores favoritos, también la vi entre
la porra de la banqueta, coqueta diciéndome: "padre, usted puede".
Los desconocidos de repente se convertían en conocidos. Pues, me pareció ver a
mi amigo Toño (varado en Alisitos) diciéndome como siempre lo hace:
"correr no lo hace cualquiera, jefe".
"Felicidades jefe. No cualquiera corre" fueron
las palabras que más escuché en todo mi recorrido.
No lo podía creer, estaba subiendo a trote el puente de la
5 y 10, y con menos recesos (caminar en vez de trotar) que para esa hora, había
hecho en Rosarito de mi Nueva Era... Y, al pasar por la clínica del Seguro
Social, era ahora yo él que se burlaba del Seguro, mismo que se burló de mi en tantas
otras ocasiones.
Al doblar para el bulevar Benitez, bajé mi paso y me puse a
caminar para descansar un poco, otro de los que se tomaban un descanso de esa
forma me dijo: "Yo soy de los que corren alrededor de la cuadra y
aprovechando que cerraron las calles, estoy participando". "Yo
también soy de esos", le respondí; "pero ahora tengo que seguir
trotando". Y, dejé atrás a mi amigo participante, creo que no era el
momento de socializar, tenía que mejorar mi marca.
Mercurio: Dios Mitológico. |
Al dar la vuelta en "u" por el bulevar Benitez,
se me hizo de momento buena idea, que un policía con una manguera de bombero
como entre juego y responsabilidad, les echara agua a las y los corredores; me
quité la cachucha y con gusto pasé bajo esa lluvia improvisada, por el
momento... porque lo que ocasionó fue que el bloqueador solar se me deslizada
hacia los ojos; pero bastó quitarme el sudor y el agua con la manga de mi
camiseta para quitarme el ardor de los ojos.
Con todo y las alucinaciones que un sol de verano te
puede regalar mientras corres, sabía que estaba consciente, esta vez noté a los
fotógrafos de los que en Rosarito ni me percaté. Y, a propósito de fotógrafos,
estaba mi amigo Victor tomando fotos, y le dije: "¡Qué pena me agarraste
caminando!" Y, empecé a trotar de nuevo. Se adelantó corriendo y me sacó
más fotos; pero a mí lo que me daba pena era que él me encontró caminando...
"Ya nada más le faltan cuatro kilómetros", fue lo
siguiente que escuché un poco más adelante.
Durante el recorrido comprendí que tenía que reconciliarme
conmigo mismo; que por el momento, no puedo correr como mi amigo Héctor: qué,
como Mercurio de la mitología griega; parece que ésta volando y viendo hacia delante todo el tiempo. En vez, me esforcé en sentirme a gusto al ir viendo mi
sombra, la que me quita de las presiones de afuera, de querer competir con los
demás y querer llegar "ya" a la meta.
En uno de esos "recesos" me dijo uno de los que
venían de regreso con su medalla: "Jefe, ya solo le faltan como 500
metros", le pregunté la hora, y eran las 9:52, y empecé a trotar ahora un
poquito más rápido que mi acostumbrado trote.
Narración: de Leopoldo Espinosa A.