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lunes, 19 de octubre de 2015

Corriendo bajo la Luna


Alisitos —que yo llamo "mi villa"— para esta época del año, parece más que siempre una villa fantasma. Se acaba el verano y se acaban los turistas. Silencio fugaz en el día, silencio total en las noches. Y, como es un campo para que el turismo haga sus casas de campaña, la villa está diseñada para que no entre nadie, mas que por la entrada, la única entrada al "campo turístico", un solar, vacío... arrullado por las olas del mar, bendecido no sé por qué misterio en el día, y en la noche... a golpe de mar, por una extraña melancolía.

Hace poco —que hubo una súper luna llena— opté por ir a correr, aprovechando que la luna me regalaba una sutil luz que parecía de día. Al ladito del barranco trotaba ligeramente viendo más allá del acantilado cómo la gran luna se reflejaba en el océano Pacífico. Y, al trotar acudió a mi mente tanto que se dice de las lunas llenas; y cómo ésta —la luna— me seducía a que bajara por la rampa de piedra, para seguir mí trote en la arena de la playa.

Con razón dicen que la luna llena alborota a los lobos, a las olas y a las almas inquietas.



Y a propósito de almas, no podía creerlo, ni un alma a mi vista que disfrutara lo que yo estaba disfrutando, una pálida luz, pero lo suficientemente fuerte para ver con claridad a distancia, y en mi trotar la luna me seguía seduciendo: "Anda, aprovecha, estás solito deja de correr, quítate los tenis, y métete a nadar conmigo".


Luna seductora, ya merito me convencía, pero yo seguí trotando. Ésta enojada se escondió tras de las nubes, y me retiró su majestuoso brillo.

A memoria y por instinto seguí mi trote por la arena húmeda que van dejando las olas cuando se alejan... Ya no salió la luna. 

Y, de repente me quedé sin luz en la penumbra. 

De extremo a extremo esta playa privada mide aproximadamente un kilómetro, y me encontraba en el extremo sur —seguro de mí mismo— no quise esperar a que saliera la luna y seguí mi trote por la humedad que va dejando la marea de esta súper luna, que a través de las nubes iluminaba apenas un poco.

Un kilómetro casi a oscuras.

Subí la rampa, como si conociera cada grieta y cada piedra que hay en el suelo, hasta que las luces de los negocios me hicieron el favor de iluminar mi camino; no me detuve y seguí trotando. Me acerqué a la carretera, y seguí mi trote por la Libre (la carretera que va a Ensenada). 

Una patrulla se detuvo a unos cuantos pasos de donde iba, saludé y les dije bajo delirio de persecución "estoy entrenando".  No me contestaron, se quedaron ahí los oficiales, y yo seguí mí camino bajo un suave trote; al avanzar un poco hacia adelante me di cuenta que estaban "cazando" a un presunto culpable de algo, pero en paz continué mi ejercicio.

No te fijes, trota. No te detengas, trota... suave, suave, sigue tu trote... Sin querer me hice una y otra arenga; comandos hechos cantos en mi mente para auto-motivarme.

Trote, suave, ligero, tranquilo...

Un "¡bravo, bravo! ¡Sí se puede!" de unas muchachas en la Oxxo interrumpió la canción de mis adentros.

Avancé otro kilómetro, a parte de los que ya había hecho en la playa, y me regresé a las calles vacías de mi villa, para seguir mí trote. Noté que los perros no me ladraron, si no hubiera sido por las porras que me lanzaron aquellas muchachas, yo también hubiera creído que soy un corredor fantasma (que defraudó a la luna).


Texto: Leopoldo Espinosa.





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