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martes, 1 de diciembre de 2015

Corredor de Otoño

Aquella mañana en la playa, fue lo que deseaba que fuera, fresca, soleada, con un horizonte resplandeciente de azul. Trotar en esa arena de Rosarito a finales de septiembre resultó una terapia totalmente relajante tanto para mi papá como para mí... descalzos, sintiendo como ligeramente se hundían los pies, alternando entre lo blando y lo duro del suelo arenoso, que masajeaba y entibiaba además las plantas, desde el talón hasta la punta de los dedos.

Entrenar en verano, o lo que quedaba de él, para correr un maratón en pleno frío de otoño en Nueva York, fue algo curioso, pues casi fue como tener calefacción en casa y salir a correr con un frío que acicalaba de blanco el césped, habiendo convertido el rocío en nieve, y con aquel aire tan seco como hélado.


Caminar en Central Park, mientras anhelas que el sol caliente y saque a relucir los mejores colores de todos esos árboles plantados desde el siglo XIX.  Reconocer el camino que se desea interminable, de como pasamos un día antes, miles de corredores por ahí, buscando la meta del maratón, algunos velozmente, levantando la hojarasca al pasar, y otros ─como yo─ apenas haciéndolas crujir con pisadas lentas y cansadas mientras vamos con ojos llenos de lágrimas sin saber exactamente el por qué de esa confusa mezcla de sentimientos. 

Un día después ahí, recorriendo a pie, reviviendo el reciente pero magnífico evento y ese extraordinario escenario, para atesorarlo en mente y alma para años venideros. Vimos como corredores iban y venían, de modo que con todo y el cansancio, el dolor muscular que aun cimbraban mis piernas, aun así anhelaba moverme como ellos; hacer lo que veía que tanto disfrutaban, pues era como tener hambre, ver comer y no poder hacerlo. Así era ver a esos trotamundos sacudiéndose la frialdad de noviembre con mucho más gusto que sacrificio ─de eso estoy convencido─ en el corazón de Manhattan.



En Mariposa California, la experiencia no sería menos que deliciosa para los sentidos aventureros de un corredor. Solo cambias de lugar, aunque sea la misma estación del año y te espera una atmósfera diferente, envolvente, seductora.
Mi tío entendiendo que solo eran pocos días de vacacionar en su ciudad no desaprovechó la oportunidad de mostrarme que él también tiene el bendito hábito del trote, que aun gusta de proteger y preservar su salud a pesar del paso de los años... me mostró con entusiasmo su foto de cuando corrió un maratón, el de Big Sur en Monterey, cerca de su casa principal en Salinas, tratando persuadirme de que debía vivir la experiencia de esos 42.195 kilómetros. No tuvo que afanarse en ello.

Sobre Mariposa, ─área que forma parte del parque de los impresionantes árboles de sequoia y tierra de osos─, estando ahí, aquella temprana mañana mi tío se puso los tenis ─acto que me sorprendió─, me invitó a trotar junto a él, y yo ni tardo ni perezoso lo imité. Nos alejamos dejando el suelo terroso que rodea su casa, bajando por calles pavimentadas en cuyos costados solo se puede ver un espeso y fragante bosque de pinos... resultó de lo más relajante ese paseo, con ese verdor. Casi no había casas, solo se divisaba una a lo lejos, cada doscientos metros

Pude detectar que el aire anunciaba una próxima nevada, pero lo mejor, que éste era oxígeno puro, totalmente puro y no solo aromático. Avanzando en una ondulante calle, el panorama cambiaba con un lago abajo y sus respectivos patos disfrutando su hábitat, y yo deseando que el mío ─hábitat─ fuera ése, el que en ese momento recorría y que se me antojaba interminable.



Varias manadas de venados nos sorprendieron,─a mi sobre todo─ y ya no era un venado solitario por aquí o uno por allá, eran ya manadas enteras que de cruzaban de improviso delante de nosotros... algunos corrían en fila india y otros dejaban de comer las manzanas del amplio campo al vernos ─que tenían por patio los vecinos de mi tio─ para luego huir, al menos de la vista de los humanos.

Nosotros sin parar, sumando más de seis kilómetros. Yo, admirado con el entorno, lamentándome por dentro, por que solo sería ese día y debíamos volver a Salinas a la mañana siguiente... pero por el momento, intensamente absorbía esa vida fresca y novedosa para mi, sino es que ese bosque de coníferas era quien absorbía un poco de mi vida esa mañana de octubre.

En otoño, luchando contra gélidos vientos, contra polvorientas ventiscas santa-aneras, con lluvia que se torna fría y que te puede poner a temblar. Con madrugadas oscuras que enrojecen la nariz y entumecen las manos, con atardeceres que mueren con prontitud y nos dejan correr a la suerte de luces artificiales... ¿que nos detiene cuando ya se está acoplado con la naturaleza externa y a sus cambios? 
Te das cuenta que no has parado y que adoras el dejarte conducir por el otoño, corriendo con escaso sudor... corriendo por decenas de minutos, quizás por horas, simplemente quieres más.



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