El Señor Leopoldo Espinosa nos narra una experiencia especial, la de una carrera inolvidable, que sobre muchas otras, se quedó en el alma y corazón de su protagonista.¡Gracias por compartirla amigo Polo!
El tiempo que va pasando, como la vida no vuelve; y sin embargo hay eventos que se nos quedan por siempre en la memoria, rezagados; en el disco duro de nuestra mente; olvidados aparentemente. Algo que para otras personas no fue importante, nosotros guardamos; sin darnos cuenta. Vivencias que dejamos pasar de largo, pero aquella que nuestro yo interno, el que lleva las funciones de la mente por algo decidió archivar, mantenerla guardada, para qué: ¿Una lección? ¿algo importante? ¿què?
Dicho de otra forma, esa flor que recogiste una vez y sin pensarlo en Otay Mesa, después de haber recogido mil y otras mil que volviste a recoger después, todas desaparecieron; pero esa, la de Otay Mesa se quedó ahí... Por un motivo, en el lado oscuro de tu mente. Y de repente algo sucede, tal vez otro evento, o una palabra; algo le da "enter" a esa función maravillosa de la memoria para que se abra el archivo...
Y, vuelve esa flor a la luz otra vez.
Era el año de 1991 —dentro del margen de la etapa más feliz de la vida— cuando todas las tardes, o al menos tres veces a la semana iba a entrenar al CREA; o a la Unidad Deportiva frente al COBACH. Correr y nadar eran entonces mis deportes favoritos, por supuesto y andar de andariego... que todavía me encanta.
Cuando entrenaba en esos puntos de encuentro deportivos, siempre me sentí como si estuviera entre mi gente, y aunque fuera la gente con la que me identificaba, no iba a correr o a nadar para hacer amigos; los cuales nunca me faltaron, porque siempre tuve un grupo de amigos, no importa a dónde me llevara el destino, siempre pertenecí a un muy buen grupo de amistades.
Y como entonces yo era el único que corría, cuando se hizo una convocatoria para una carrera de medio maratón, fui yo el que se hizo a la tarea de representar a mi grupo, que entonces eran Ofelia, su hermana Raquel, su hermano Héctor y el adoptado Jaime; que con entusiasmo me dijeron que iban ir a recibirme a la meta, en las gradas del CREA; una familia que recuerdo con admiración por que aparte de haber perdido ellos a sus padres, adoptaron a Jaime; que igual, se había quedado sin padres.
Yo estaba muy entusiasmado, iba a ser mi primer medio maratón; y llegué a mi casa presumiéndole a mi papá de mi próxima hazaña, correr de la Catedral al CREA, ¿Cuál sería mi sorpresa que mi papá me dijo que me iba ir a ver? Para mí lo fue, es que... yo nunca fui de sus hijos favoritos, y nunca se había interesado por ninguna de mis actividades; pero lo que me preocupaba en realidad era su forma tajante de ser tan crítico. Por eso, se me ocurrió echarle más ganas a las prácticas, y los días previos me fui a correr a la cancha de futbol de la Unidad Deportiva, y como le calculaba que los 21 kilómetros del medio maratón equivalían a 12 vueltas al campo de futbol, decidí en esos seis días que faltaban, correr 12 vueltas al campo, cada uno de esos días antes del maratón, ¿por qué nadie me dijo que esto iba ser tan contraproducente? Es que no pregunté, y yo creía que esa era la forma correcta de prepararme; y como quería impresionar a mi padre y a mis amigos, los cuales me iban ir a ver, para echarme porras...hice eso.
Era jueves, y el sábado era el día de la carrera; pero ya me dolía todo el cuerpo, había entrenado de más toda la semana, y no me quedó otra que ir con el doctor, y me dijo: —No estás en condiciones de correr, te has sobre ejercitado, y, muy probablemente no vas a llegar ni a la mitad de esos 21 kilómetros... —Pero doctor, mañana es viernes, ¿puedo descansar todo el día? —Adelante, no hay peor lucha que la que no se hace, me dijo.
Y todavía de pilón, el viernes amanecí con un dolorcito como de torcedura en la espalda... ¡Dios mío, ¿por qué no pusiste los medios para preguntar "antes que nada" la forma correcta de prepararme para esta carrera?. Esas 24 horas de ese viernes se me fueron como agua entre las manos, pero yo no iba a defraudar a mis amigos, ni mucho menos a mi papá (mi peor juez).
El sábado desperté haciendo ejercicio de estiramientos con el cuidado de no echar a perder más los músculos... pero la espalda no me perdonaba ningún movimiento... Aun así, me fui a la tan esperada cita, frente a Catedral, donde me inscribí y el número me dieron, me atendió una joven que se llamaba Yolanda Calvillo, que luego vine a conocer.
Éramos un grupo más o menos de cien corredores, "tienes que aguantar" me decía a mí mismo cada vez que la espalda y las piernas me lo reclamaban... Sonó el silbato, y a correr...
No lo podía creer, estaba corriendo; corríamos hacia la Zona del Río por la calle Segunda; iba igual que todos; las y los corredores... "Tienes que aguantar", "tienes que aguantar" se convirtió en mi canción que llevaba por dentro. Quería llorar, no tanto por el dolor, pero por la emoción de ver que si podía, aunque el dolor seguía.
Cuando entramos a la vía rápida; me di cuenta que en las calles que se entroncan a la vía, estaba mi "Mustang II" con mi papá y amigos siguiéndome y gritándome: "¡Corre, Polo, corre!", era más grande el compromiso y más la exigencia. No sé cuántas veces había pasado por esa vía rápida en carro pero todo se veía nuevo ahora; porque al correr, y con la canción que me había inventado a mis adentros, todo era más emocionante.
En uno de esos entronques buscaba a mi carro con mi gente; nunca se los platiqué, pero creo que por eso no vi una piedra, la cual mal pisé y me fui hasta el suelo; me terminó de tronar la espalda, pero aun así logré levantarme, ya faltaba poco para llegar al CREA; y ya no vi mi carro con mis "fans", porque ya se habían ido a las instalaciones deportivas, para recibirme.
No tuve alternativa que seguir mi carrera caminando.
Ya no me preocupaba nada, hice las paces conmigo mismo, y me olvidé de complacer a mi papá y a mis amistades. Este accidente ocurrió apenas unos 500 metros para llegar a la meta; pero ya no me dejó correr el cuerpo. Aun así, no quedé en último lugar, quedé en el lugar 67, y entré caminando, disimulando que no me dolía nada, con mucha dignidad... Pero era obvio que algo estaba mal; y los directivos que me recibieron fue lo primero que me preguntaron "¿estás bien?" —Claro, una pequeña caída, pero todo está bien, les dije.
Me checaron. Inmediatamente alguien me dio un analgésico, yo buscaba a mi gente en las gradas....
"Felicidades, te diste el lujo de entrar caminando y mira todavía están llegando corredores", me dijo Ofelia ya que la encontré con mi papá y los demás en las gradas.
Con perdón de ustedes, para mí fue una carrera de leyenda, tal vez de las últimas que se organizaron de la Catedral al CREA.
Hubo otras carreras, otras de medio maratón, otras que corrí solo, y otras competencias más; pero esa que corrí de la Catedral de Tijuana al CREA, allá cuando mis años mozos, cuando todo era bello y hermoso, revive y vuelve a revivir; y al recordar vuelvo a llegar dignamente a la meta, y me veo otra vez en el CREA; rodeado por gente que ya no está, que ya se fue; pero me sigue echando porras desde el más allá, aunque usted no lo crea.
—En Memoria de mi papá Ignacio, y Yolanda Calvillo. Y un saludo a tan admirada familia de Ofelia, donde quiera que estén—.
Narrada por Leopoldo Espinosa, tema publicado y tomado de su blog: Leyendas de Tijuana, http://leyendasdetijuana.blogspot.mx/
Grazie caro amico, così gentile di voi! Sai bene chi sono io.
ResponderEliminarPor nada amigo, que bueno que le ha gustado... gracias por su visita, molto bene caro amico!
ResponderEliminarH.B.